Por Adrián Pereira Santana, Rector CFTE OH
Entender que el aprendizaje es un proceso que no sólo ocurre al interior de las instituciones educativas es un principio orientador para comprender que éste no ocurre únicamente en las aulas de clases, sino también en los diferentes contextos sociales en que se desarrolla una persona. Así, familia, trabajo, organizaciones sociales, entre otras instituciones, son también espacios de aprendizaje.
Así al menos, es considerado desde el informe Faure (1972) en que se ponía de manifiesto la relevancia del aprender a ser, lo cual es reforzado por el informe Delors en 1996, en que se fundamenta la existencia de 4 pilares del aprendizaje, aprender a conocer, a hacer, a ser y a ser con otros.
Uno de los principios de la concepción del aprendizaje a lo largo de la vida, es que ocurre independiente de la edad, espacio o tiempo, y siendo más precisos, tal vez, independiente de la edad y tiempo, pero en múltiples espacios.
Hoy en día, además, estamos viviendo una época en que el conocimiento se vuelve obsoleto con mucha facilidad, la rápida (re)evolución tecnológica y los cambios sociales, hace que habilidades y saberes pierdan utilidad, lo cual es un desafío en términos de adaptabilidad y necesidad de actualización permanente.
En dicho contexto, entender el proceso educativo como uno de tipo lineal, no permite comprender la complejidad de la situación. Puesto que el propio aprendizaje tampoco lo es, sino que responde a una serie de procesos recursivos, que implican el aprender y desaprender continuamente, en la búsqueda de la construcción de la identidad que permite el logro de una “buena vida”, como se titula el Estudio 2024 respecto de Aspiraciones de Estudiantes de Educación Técnico Profesional.
En ello, la Educación Técnica, como una vía de educación que articula con el mundo del trabajo, no aparece como suficiente, sino que debe ser comprendida como un espacio que al menos presenta tres dimensiones, la preparación para el mundo del trabajo, la especialización y la actualización. Es en estos dos últimos componente que se relaciona directamente con el enfoque de aprendizaje a lo largo de la vida.
Si entendemos el proceso de aprendizaje como un espacio de mejoramiento de la calidad de vida, de superación y transformación, la educación técnica cobra especial relevancia, es un espacio privilegiado en el mundo actual, si bien aún no valorado de esta manera en el contexto nacional, permite una mejor adaptación al cambio con programas enfocados en la inserción laboral, de corta duración y alta calidad, permite enfrentar de mejor manera la obsolescencia del conocimiento o su caducidad, introduciendo una perspectiva de mejora permanente de las herramientas para enfrentar el presente y futuro, promoviendo el desarrollo de carreras laborales más estables y con perspectivas de desarrollo.
Así, la Educación Técnico Profesional, no sólo es una herramienta intermedia para una mejor inserción inicial en el mundo del trabajo, sino una alternativa permanente para el fortalecimiento de las competencias, expresadas en conocimientos, habilidades y actitudes, para enfrentar el mundo laboral. Este espacio de formación, permite además, la integración de trayectorias formativas diversas, sean estas lineales, con ingresos y salidas del sistema formal, con postergaciones por situaciones de vida, entre otras, todas las cuales conviven en el entorno productivo.
También reconoce la diversidad de trayectorias laborales, entregando herramientas concretas, en el corto plazo (2-3 años), tanto para la inserción laboral dependiente, como también es capaz de reforzar las condiciones que permiten el autoempleo calificado y el emprendimiento, en diversos momentos de la vida, siendo una herramienta también de reconversión, en línea con las perspectivas de aprendizaje a lo largo de la vida.




