Por Octaviano Torres Muñoz, Rector CFTOH.
En un mundo cambiante y altamente dinámico, entender el concepto de experiencia profesional ha dejado de ser un ejercicio sencillo. Por décadas, hemos asumido que los años acumulados en una misma función o empresa eran sinónimo de expertise y profundidad en el conocimiento. Sin embargo, la realidad actual nos invita a cuestionar esta perspectiva y a reconfigurar nuestra manera de valorar lo que significa ser un profesional experimentado.
La experiencia no es, como se creía antaño, un cúmulo de años repetitivos en una misma tarea. Haber pasado veinte años haciendo lo mismo, en el mismo entorno y bajo las mismas condiciones, no necesariamente enriquece la perspectiva de un profesional. Por el contrario, puede limitar su capacidad de adaptación, innovación y resolución de problemas. Hoy en día, las competencias clave no solo se desarrollan con el tiempo, sino con la diversidad: de tareas, personas, roles y contextos.
Cada organización, cada equipo y cada proyecto tiene características únicas. Aunque es cierto que podemos extraer lecciones valiosas de nuestras vivencias, debemos aceptar que los modelos no se exportan. Lo que funcionó en un lugar, para un equipo o bajo ciertas circunstancias, no necesariamente será replicable en otro contexto. Esto no invalida la experiencia obtenida; más bien, la enriquece al reconocer que el verdadero aprendizaje radica en saber cuándo adaptarse, cuándo innovar y, sobre todo, cuándo escuchar y observar lo que nos rodea.
Un profesional verdaderamente experimentado es aquel que comprende que su saber no es absoluto ni definitivo. Este profesional se nutre constantemente de nuevas experiencias, de colaborar con diferentes personas y de enfrentarse a desafíos variados. Cambiar de roles dentro de una misma empresa, explorar distintas industrias o asumir proyectos en contextos desconocidos no solo amplía su conocimiento técnico, sino que desarrolla habilidades como la empatía, la capacidad de análisis y la adaptabilidad.
Uno de los mayores retos para los nuevos profesionales radica en romper con el paradigma de que la estabilidad laboral implica permanencia en una misma función. Hoy, más que nunca, debemos incentivar a quienes comienzan su carrera a buscar y aceptar experiencias variadas. Aprender de otros, incluso de sus fracasos, puede ser tan enriquecedor como los propios logros. Los profesionales que se exponen a diferentes perspectivas y formas de trabajar están mejor preparados para abordar problemas complejos, generar soluciones creativas y, en última instancia, liderar con éxito.
Esto no significa que debamos desdeñar la experiencia acumulada en una sola organización. Existen trayectorias valiosas de personas que han dedicado su vida a un solo lugar. Sin embargo, incluso en estos casos, la experiencia verdadera no se define por la antigüedad, sino por la capacidad de evolucionar dentro de ese entorno, asumir roles diversos y entender cómo cada área de la empresa aporta al todo.
El contexto global también juega un papel importante en esta reflexión. Vivimos en una era donde la tecnología y la globalización han eliminado muchas barreras tradicionales. Las conexiones interpersonales son más amplias y rápidas, y la colaboración trasciende las fronteras geográficas y culturales. Este entorno nos obliga a reconsiderar cómo entendemos la experiencia y qué valoramos en un profesional.
Además, debemos aceptar que la experiencia también implica humildad. Hay que reconocer que siempre habrá algo nuevo por aprender y que otros tienen mucho que aportar es una señal de verdadera madurez profesional. La experiencia no debe convertirse en una armadura para protegernos del cambio, sino en una brújula que nos guíe hacia nuevas oportunidades de crecimiento.
En este sentido, la colaboración y el aprendizaje compartido se vuelven esenciales. Aunque los modelos no se exportan, las historias y experiencias de otros pueden servir como inspiración para construir nuestros propios caminos. Es importante rodearse de personas con trayectorias diversas, buscar mentores y, a la vez, compartir lo aprendido con quienes están comenzando su recorrido.
Finalmente, entender que la experiencia es un concepto vivo, que crece y se transforma, nos invita a abrazar la incertidumbre como parte del proceso. No es una señal de debilidad aceptar que lo que funcionó ayer puede no ser útil mañana. Al contrario, es una muestra de fortaleza y adaptabilidad, cualidades esenciales en el profesional del siglo XXI.
Este artículo es, en última instancia, un llamado a repensar nuestras concepciones sobre lo que significa ser un profesional experimentado. Es un recordatorio de que el tiempo por sí solo no forma expertos; lo hacen las experiencias diversas, el aprendizaje constante y la capacidad de adaptarse a nuevos contextos. Es una invitación para quienes inician su trayectoria a buscar variedad, para quienes ya tienen un camino recorrido a compartir lo aprendido y para todos a valorar la riqueza de la diversidad como un pilar fundamental de la experiencia profesional.
En este texto, que explora la esencia de la experiencia y la relevancia del aprendizaje continuo, encontrarán reflexiones que buscan inspirar a todos los profesionales, sin importar en qué etapa de su carrera se encuentren. La experiencia no es un punto de llegada; es un viaje continuo, lleno de descubrimientos, retos y, sobre todo, crecimiento.